domingo, 28 de octubre de 2007

Detesto las despedidas de soltera


"La novia y el sueño del falo gigante"


Hay pocas cosas que me parecen tan patéticas como las despedidas de solteras. Por suerte como la mayoría de mis amigas están o solas o en convivencia desde hace años sin haber pasado ni por civil, ni por iglesia y habiéndose ahorrado las pompas de un casamiento, el festejo de la última noche de soltería se da en mi vida como decía mi abuela “cada muerte de obispo”.
Las despedidas de soltera que fui invitada las puedo contar con los dedos de la mano y a Dios gracias hay ocho que me sobran.
A la primera fue imposible no asistir. Se trataba de la de mi mejor amiga del secundario que apenas terminamos de estudiar decidió casarse como todas suponíamos con el novio del barrio de toda la vida. Para colmo no sólo invitó a las amigas sino también y como si fuera poco a las mujeres de su familia: hermanas, madre, abuela y tías. Un horror.
El lugar era una especie de baño sauna decorado con motivos faraónicos, música tropical, cerveza, pollo relleno con guarnición de papas con crema y de postre algo muy parecido a la casatta.
Debo reconocer que lo que más me gustó es que en esa especie de cantina decadente no sólo había despedidas de mujeres, sino que también había grupos de hombres haciendo lo propio con sus amigos. Aunque no tenía mucha onda, reconozco que esa noche parecía que no me iría tan mal. En las cercanías de la pista de baile me puse a hablar con un muchacho que andaba un poco perdido como yo y alejándonos un poco de la horda nos besamos un rato hasta que de pronto un amigo suyo, el que se casaba precisamente, fue arrojado al aire en son de festejo y se partió la frente con un artefacto de la luz. Acto seguido: los muchachos salieron todos corriendo al hospital con el novio malherido. Resultado: el desconocido que recién había besado partió junto a la ambulancia.
Por último, le escapé al trencito carioca lo más que pude pero no logré evitar ser fotografiada con mi grupo de amigas, al centro la novia con calabacita tallada en forma de pene, regalo del verdulero de su tía.


"Algunas de las manualidades que se entregan en estos eventos"


Con esa única despedida en mi haber, el viernes pasado me dirigí a la segunda y espero que última de las festicholas para despedir a una soltera, esta vez del trabajo. Aunque nunca imaginé que mi compañera se iba a casar con todo: civil, iglesia, fiesta y despedida. Desde que recibí la tarjeta comprendí que la cosa se venía completa. Y así fue.
La cita era en casa de su hermana, organizadora de todo el paquete, para vestirla y adornarla y luego un bar donde se estilan despedir a las que se casan. Sólo en estos momentos agradezco no tener hermanas mujeres porque creo que son las que se empecinan en maquinar cosas que a una terminan por arruinarle gran parte de la vida.
Con una pastillita, porque no me iba a ser nada fácil pasar ese trago sin nada, emprendí la marcha.


"Un ejemplo de repostería ¿erótica?"

Trataba de estirar los pasos para llegar tarde o nunca. Toqué timbre y enseguida salió la hermana de mi compañera con un collar de piñas que en poco tiempo lo vi en rollado en el cuello de la novia. Mientras tanto, otra inflaba unos forros que luego irían a parar a la cabeza de la susodicha y por último unas medias de red, con un vestido a lunares tipo hormiguita viajera. Ahí empezamos a beber y creo que lo hice más de la cuenta pero ya era demasiado tarde.
En un auto, yo ni siquiera acepté poner el mío, fuimos creo que tocando bocina todo el viaje hasta el bar de la despedida. Ahí, una jauría de solteras despedían su noche con un rebaño de chicas que se notaba habían competido toda la noche para ver quien ridiculizaba más a sus amigas. Un hada madrina con una varita mágica que tenía un pene en la punta, una mujer policía con un machete más que fálico, y una colegiala con una paleta con el mismo motivo. Todo un culto a la falta de originalidad total, al festejo prefabricado y para nada genuino.

Nos sentamos y seguimos tomando hasta que llegó lo peor: los stripers. Creo que las únicas veces que vi shows del estilo fue en boliches adonde solía ir con mis amigos gay.
Ahí, toda la manada femenina comenzó a gritar desaforadamente y a moverse como al ritmo de convulsiones.
A esa altura ya me estaba dando cuenta que el alcohol que tenía encima era excesivo. Como pude me arrastre al baño entre los contoneos de las chicas, los disfraces de las solteras que dejarían de serlo y las prendas que los muchachos revoleaban a la tropa. Cuando llegué al cubículo me abracé al inodoro y antes de vomitar grité: ¡Odio las despedidas de soltera!