
El blanco y el negro. Lo bueno y lo malo. Lo hecho y lo inacabado. Aparecen como extremos y se contraponen.
Casi como los platillos de una balanza subimos, bajamos y al fin encontramos enclave perfecto en alguno de los polos. La búsqueda del equilibrio siempre, pero nunca el equilibrio justo. Como las balanzas, los balances no acostumbran a nivelar y tampoco conocen de matices.
Al hacer un balance y en estas fechas solemos hacer alguno, repasamos cuentas, trazamos números angustiosos que nos hunden la mayoría de las veces exactamente debajo en la balanza.
El amor que no fue, el trabajo que no conseguimos, el reconocimiento que no llegó, la pérdida de alguien cercano. La lista continúa y puede ser todavía peor si caemos en la idea de hacer un arqueo de caja, un cierre antes de terminar el año.
Detesto los balances porque hacen aflorar las derrotas, y porque a esas derrotas les damos más importancia que a cualquiera de las conquistas obtenidas.
Por eso al balance prefiero el deseo. Que está claro, puede no cumplirse y como dicen los analistas es lo que no termina de satisfacerse.
Pero por suerte es lo que mueve, empuja y alimenta la búsqueda de aquello que nos complete.
Encontrar lo que se ha buscado por largo tiempo produce una sensación casi de orgasmo. Hurguetear sobre el camino como en un viejo lugar de usados y encontrar lo que no buscábamos nos sorprende todavía más por no imaginar su existencia.
Por un 2008 - y toda una vida- en que no abandonemos las búsquedas, el deseo, las sorpresas y dejemos al costado por fin los malditos balances.
¡Felíz año para todos!