
Hoy es uno de esos días donde la vida se parece a una mole gigante de cemento que se me viene encima sin pedir permiso. Gracias al cambio de horario K duermo poco y descanso nada. Y aunque desde hace días me ocurrieron algunos gratos sucesos reconozco que no tengo demasiada paz nocturna. Por las noches sueño cosas tan obvias y tan ligadas a mi vida real que cuando amanezco siento que lo pasé en vela. Por ejemplo anoche coloqué el despertador a la hora de siempre aunque en realidad no tenía que ir a trabajar como todos los días. Y minutos antes de que sonara yo soñaba que iba a mi trabajo como cada mañana y que después de unas horas me daba cuenta que estaba haciendo el turno incorrecto y lo que es peor me acordaba que había dejado plantado a un compañero que me había pedido que leyera un proyecto con él. También comprobaba que había perdido una entrevista muy importante para otro proyecto en este caso mío. Así, en medio de esa verdadera pesadilla, el despertador sonó pero por suerte para sacarme de ese lugar fantasmal.
Pero lo curioso es que hace unas noches tuve un sueño del que no me quería despertar. Más obvio que el anterior el de esa noche comenzó con una secuencia donde se veía la resolución de todos los problemas que me aquejan por estos días.
De pronto, las diferencias que había entre mi chico y yo por una situación digamos doméstica quedaban saldadas a tiempo y sin llegar a una pelea, los problemas financieros –que son mínimos, pero teniendo en cuenta mi bolsillo son todo un agujero negro– se resolvían en un abrir y cerrar de ojos y hasta del banco me llamaban más o menos para pedirme disculpas por la tremenda confusión. Por último, y esto era lo mejor, una tarea que debo realizar para un trabajo para el que fui convocada, que se me tornó más díficil que hallar una aguja en un pajar, se presentaba ante mí resuelta. Mis empleadores contentos con mi cometido y yo felíz. Con esa sensación me desperté y claro ese día no me quise despegar de entre las sábanas hasta ver el sueño cumplido.