Ese día me comí una papa। Estaba tan angustiada que cuando llegué a casa le pedí a mi mamá que me hirviera una papa, que vendría a ser algo así como el alimento prohibido de cualquier dieta. Tenía quince años, iba a un colegio religioso de clase media tirando a alta y entre mis cuarenta compañeras se había creado una especie de psicosis: todas nos veíamos gordas aunque no lo éramos. “Tengo que ser flaca, flaca, flaca, flaca… ni un kilo de más”, decía una canción del programa Jugáte Conmigo y yo hacía todo lo posible por seguir el mandato al pie de la letra.
Hasta ese momento nunca había tenido una historia con un chico, no me interesaba ponerme de novia. Era una mezcla rara. Por un lado, había vivido muchas cosas, incluso algunos viajes al exterior, pero por el otro era como muy inocentona en relación con todo lo que tenía que ver con mi cuerpo. Era desenvuelta en teoría pero si me tocaban me moría.
En esa época conocí a Hernán. Lo vi por primera vez en el boliche y no lo pude creer. “Es hermoso, estoy viendo a un ángel”, le dije a mi amiga Pili. Ella me contó quien era, a que colegio iba y donde vivía. Al día siguiente busqué su teléfono en la guía y después de errarle varias veces, logré ubicarlo.
Cuando di con él, no le dije mi nombre porque no quería que me reconociera. La charla se extendió durante una hora y me pidió que volviera a llamarlo.
A partir de ahí, el juego empezó a formar parte de mi cronograma cotidiano. Salía del colegio a las cinco de la tarde y a las y cuarto tenía inglés y en lugar de tomar la leche en esos quince minutos lo llamaba. Hablamos durante casi un año. Nos contábamos todo y hasta le hice alguna que otra escena de celos a través del tubo.
Se generó una cosa muy extraña y terrible al mismo tiempo, porque yo podía mirarlo pero no permitía que él me viera, por toda esa cuestión de sentirme gorda y fea. Y lo reconozco, estaba un poco loca, pero a pesar de eso había muchos sentimientos de por medio. La relación que entablamos era tan fuerte, que un día me entero que muere su abuela y lo llamo. El no había querido hablar con nadie, pero me atiende: “Sos la única personaron la que quería charlar”, me dijo y se puso a llorar.
Pasó el tiempo y le confesé a Pili lo de los llamados, ella se lo contó y el quiso conocerme. Yo creí que me moría. Para mí no era el momento, no estaba preparada. Iba al gimnasio todos los días y casi no comía para estar bien flaca. Repito, no estaba gorda, pero en ese momento creí que todo ese sacrificio iba a hacer de mí otra persona. El me llamó y quedamos en vernos un viernes. Desde el martes no probé bocado para no tener panza, mis amigas me alisaron el pelo y me puse una mini que me quedaba bárbara. Nos encontramos en el boliche, él estaba espléndido, yo parecía una ameba.
Nos miramos, bailamos poco y esa noche nos fuimos de la mano. Me dijo cosas muy dulces pero no nos dimos ni un beso. Todo lo que estaba pasando era demasiado, pero me gustaba.
A partir de ese encuentro mi amiga Pili empezó a tener una actitud muy extraña. No se despegaba de nosotros y las salidas eran de a tres. Hasta que una mañana, en el colegio, ella me dijo que sentía cosas por Hernán. Yo no lo podía creer, pero le aseguré que íbamos a superarlo, porque para mí era muy importante la amistad que teníamos. Como no se sentía bien se fue antes de hora. A la tarde fui a buscarla porque necesitaba seguir hablando del tema.
Su casa tenía un gran ventanal de vidrio que daba al living. Me asomé y vi a Pili y a Hernán besándose, recostados en un sillón. Fue horrible. El cielo estaba gris. Llovía. No me tomé el siete, como hacía siempre, caminé bajo la lluvia, necesitaba mojarme. Ese día me comí una papa.
En esa época conocí a Hernán. Lo vi por primera vez en el boliche y no lo pude creer. “Es hermoso, estoy viendo a un ángel”, le dije a mi amiga Pili. Ella me contó quien era, a que colegio iba y donde vivía. Al día siguiente busqué su teléfono en la guía y después de errarle varias veces, logré ubicarlo.
Cuando di con él, no le dije mi nombre porque no quería que me reconociera. La charla se extendió durante una hora y me pidió que volviera a llamarlo.
A partir de ahí, el juego empezó a formar parte de mi cronograma cotidiano. Salía del colegio a las cinco de la tarde y a las y cuarto tenía inglés y en lugar de tomar la leche en esos quince minutos lo llamaba. Hablamos durante casi un año. Nos contábamos todo y hasta le hice alguna que otra escena de celos a través del tubo.
Se generó una cosa muy extraña y terrible al mismo tiempo, porque yo podía mirarlo pero no permitía que él me viera, por toda esa cuestión de sentirme gorda y fea. Y lo reconozco, estaba un poco loca, pero a pesar de eso había muchos sentimientos de por medio. La relación que entablamos era tan fuerte, que un día me entero que muere su abuela y lo llamo. El no había querido hablar con nadie, pero me atiende: “Sos la única personaron la que quería charlar”, me dijo y se puso a llorar.
Pasó el tiempo y le confesé a Pili lo de los llamados, ella se lo contó y el quiso conocerme. Yo creí que me moría. Para mí no era el momento, no estaba preparada. Iba al gimnasio todos los días y casi no comía para estar bien flaca. Repito, no estaba gorda, pero en ese momento creí que todo ese sacrificio iba a hacer de mí otra persona. El me llamó y quedamos en vernos un viernes. Desde el martes no probé bocado para no tener panza, mis amigas me alisaron el pelo y me puse una mini que me quedaba bárbara. Nos encontramos en el boliche, él estaba espléndido, yo parecía una ameba.
Nos miramos, bailamos poco y esa noche nos fuimos de la mano. Me dijo cosas muy dulces pero no nos dimos ni un beso. Todo lo que estaba pasando era demasiado, pero me gustaba.
A partir de ese encuentro mi amiga Pili empezó a tener una actitud muy extraña. No se despegaba de nosotros y las salidas eran de a tres. Hasta que una mañana, en el colegio, ella me dijo que sentía cosas por Hernán. Yo no lo podía creer, pero le aseguré que íbamos a superarlo, porque para mí era muy importante la amistad que teníamos. Como no se sentía bien se fue antes de hora. A la tarde fui a buscarla porque necesitaba seguir hablando del tema.
Su casa tenía un gran ventanal de vidrio que daba al living. Me asomé y vi a Pili y a Hernán besándose, recostados en un sillón. Fue horrible. El cielo estaba gris. Llovía. No me tomé el siete, como hacía siempre, caminé bajo la lluvia, necesitaba mojarme. Ese día me comí una papa.
Perdon el exhabrupto pero ese Hernan y esa Pili, dos hijos de puta. Espero que usted no sea Pili.
ResponderEliminarNo, yo como no podía ser de otro modo, soy amiga de la enamorada frustrada.
ResponderEliminarSon cosas que se dan, especialmente en la adolescencia pero que pueden continuar el resto de la vida. La conclusión podría ser ¿para qué hablar tanto por teléfono? Menos histeria y más acción.
ResponderEliminarObvio. ¿Crees que después de esa historia alguna fue sana o gozó de menos histeria?
ResponderEliminarBienaventurada que te sucedió eso, una excelente lección, importante y al mismo tiempo educativa para una "frágil e indeble" mujer de 15 años.
ResponderEliminarAntonio
Pd.: Por lo menos el desequilibrio mental que tenias por la figura estética no se ramificó a la porción del hipotálamo que regula los deseos de suicidarse...sentite contenta!, algunos necesitan sesiones espiritistas para contar algo como lo que te paso.....
En realidad, le pasó a una amiga. Lo cuento sólo en primera persona, en breve vendrá la historia de mi más frustrado amor. Gracias por pasar.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTendemos a desdoblar nuestra personalidad y a tergiversar el uso de la frase "tercera persona"
ResponderEliminarAntonio
Pd: Los amores no son frustrados, son inconclusos y mal manejados...
No sé en principio no desdoblé mi personalidad. Sencillamente me apropié de otras voces para pasarlas por la mía. ¿Eso es desdoblar?
ResponderEliminarCoincido, no hay amores frustrados, pero me pareció tan melodramático que elegí llamarlos así.
Pregunta: Si a mi me interesa alguien y a esa persona yo no ¿No se llama a eso "amor frustrado"?
ResponderEliminarCruda la papa del final?
ResponderEliminarRodrigo, eso se llama desafortunado, o mejor dicho mala leche!!!
ResponderEliminarSi o no correspondido. Pero suena medio bajón.
ResponderEliminarPobre chica
ResponderEliminarDemasiado joven para tanta maraña.
No hay como una papa. Yo también he ahogado penas con una papa. Hay gente que prefiere helado o chocolate, pero nada compara con el sosiego que te da la papa. Te sentás con ella en silencio (como otro con el whisky) y pensás: La papá es como yo... cándida, familiar, nada despampanante, pero mmmm qué goce suave que da cuando está bien preparada.
ResponderEliminarUn día alguien me va a amar bien.
Que lindo ese último deseo, Elastichica.
ResponderEliminar¿La papa tiene algún efecto antidepresivo? Si es asi, avisen
ResponderEliminarya probé de todo...y no hay caso
Quizás no, pero cuando una está a dieta: sacia.
ResponderEliminarseguramente Pili hoy no es feliz, porque tiene eso en lo profundo de su ser, bajo esa falsa sonrisa, que le corroe el alma...... sino, ojala que asi sea.....no es de mala ojo. solo soy realista.
ResponderEliminarLa historia es dura. Nose como es el caso entre las mujeres, que a mi entender son el ser mñas inteligente de la Tierra, pero también puede ser las más malas, más en su propio género. Entre nosotros, los tipos, hay 3 causales de romper una amistad: por una mujer, por dinero o por relaciones de poder que terminen en traición; de esas 3 no se vuelve; la amistad se liquida. Algun día te contare de una compa mia, Natalia, de Facu, q me gustaba tanto, pero yo estaba de novio; no pudo ser. buen material, Lo apuntare en mi Doc 9
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