jueves, 29 de noviembre de 2007

Amor frustrado II: El pájaro

El no había hablado en casi toda la noche. Llegó al bar con un amigo, mucho más tarde que el resto y se sentó casi en la otra punta de la mesa que no era demasiado larga pero lo alejaba lo suficiente.
Era mi cumpleaños y como si algo de lo que podía suceder intuía, no estaba para festejos. Pero como siempre los amigos insisten en reuniones y cosas por el estilo.
Cuando todo terminó le pregunté si volvíamos juntos. Él estaba en bicicleta pero esta vez no me llevaba.
Subí al colectivo, hacía un frío helado y desde la ventanilla los autos se veían como un hilo que se desmadejaba a cada cuadra. Varias veces lo busqué a la par del vidrio pero nada, había desaparecido de golpe al tirón del pedal.
Como nunca extrañé viajar en bicicleta con sus brazos apretados cruzándome el cuerpo, por detrás, acariciando mi espalda, mientras los ojos se acurrucaban para mirarlo y el cuello se retorcía para tenerlo de frente.
Cuando llegué a casa estaba esperando en la puerta. No entendía porque hoy no habíamos planeado juntos en la bici, con esa rara sensación del viento que golpea y corta en la cara pero también despeja y despabila.
Entramos, preparé café, música y nos tiramos en la cama. No dijo demasiado sólo lo que no hubiese querido escuchar nunca. Pasó un rato su mano sobre mi espalda, como quien trata de calmar a una mula sobándole un poco el lomo. Pero el manoseo no provocó nada o lo hizo todo.
Lloré fuerte, a los gritos, aturdida por el eco de sus palabras, pocas pero justas, para que el cuerpo se hiciera un solo hueco donde cada paso de su mano se hundía y revolvía como un bisturí. Fui un agujero gris, vacío que se desparramó sin forma como un montón de lana apelmazada. Dije mucho más que él, cosas terribles, y seguí llorando a lo perro.
Apreté los ojos, ya no quería mirarlo. Los cerré y todo se nubló, se volvió tan oscuro, como si chocaran contra una muralla de plomo. Fue como estar contra la compuerta misma que suele separar el sueño de la vigilia, pero donde todavía el límite entre las dos dimensiones se hace borroso.
A lo lejos empecé a escuchar el llanto mezclado con queja que se ahogaba de a ratos en la panza de la almohada. Y de golpe distinguí la imagen de un ave de muchos colores, lo más parecida a un pavo real. Cada vez se hacía más clara y comprobé que era una figura formada por un conjunto de personas, como si se tratara de las composiciones que suelen aparecer perfectamente sincronizadas sobre el césped de un estadio en las aperturas de los mundiales o juegos olímpicos que uno suele seguir de chico por la tevé.
Hasta que aparecí en una de las hileras de plumas, la que estaba debajo, casi en la cola del pájaro hecho de gente. De a poco empecé a trepar y en cada fila que escalaba me detenía un momento, justo para teñirme de un color nuevo pero igual al de los que estaban al lado.
La secuencia duró unos segundos, ni siquiera pude retener la última tonalidad que absorbí, cuando volví a abrir los ojos.
Recordé a alguien que me dijo que “una de las tantas rutas hacia el poder es el soñar”. Después de esa alucinación ya no lloraba. Tenía la sensación de que el aire de la elevación me había secado la cara.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Pequeñas cosas que extraño


En estos días se me vinieron a la cabeza tres cosas que hace muchos pero muchos años no hago. Eran esos mínimos placeres que de niña me hacían sentir un disfrute casi irrepetible.

1- Llenar un balde completo de bombitas de agua de todos los colores posibles.

2- Acariciar la blandura del brazo arrugado y flácido de mi abuela.

3- Cantar o hablar de frente al ventilador hasta sentir mi voz metálica y distorsionada.


Aunque un tanto adulta a la 1 y a la 3 hoy podría volver a hacerlas, pero la 2 se me complicaría repetirla. Así de nostálgica la tarde de hoy: ¿qué cosas de la infancia quisieran volver a hacer?

viernes, 16 de noviembre de 2007

El cuarto oscuro


El cuarto oscuro, le decíamos. Y nada tenía que ver con el lugar destinado al sufragio. Era un juego inventado al calor de un verano con mis primos. Uno se quedaba afuera de la habitación mientras los demás nos escondíamos en la profundidad oscura de los muebles y los objetos apilados.
La pieza elegida era la que estaba al fondo. La última de la casa chorizo donde vivía mi abuela. Las más chica y plagada de cosas en desuso llena de un pasado que nadie estaba dispuesto a borrar.
Con mis primos conocíamos minuciosamente el territorio y cada uno de sus huecos. Todos teníamos algún escondite estratégico, pero el ocultamiento se hacía difícil si alguien ya se había apropiado del lugar. Un pisotón en la cabeza de otro, un codazo y el desmoronamiento de las sábanas que cubrían la cómoda interrumpían el juego. Llantos, gritos y hacer las paces para empezar de nuevo.
A la cuenta de diez el que estaba en guardia atravesaba la puerta y con ella la espesa oscuridad para emprender la búsqueda.
Dos cosas hacían falta para se iniciara el juego: el aburrimiento y la densidad de una tarde de verano. Porque en verdad ninguna otra época del año hacía tan propicio ese recreo.
El juego empezaba cuando todos dormían la siesta y el cuarto se cerraba para convertirse en el más fresco de toda la casa.
Ni un rayo de sol entraba por las hendijas de la ventana. Sólo el contorno y las sombras de nuestros cuerpos movedizos, escondidos, frotándose.
Nos hundíamos ahí sin vernos, para buscar y encontrar al otro.

lunes, 12 de noviembre de 2007

La hija de la lágrima






"De cara a la pared"

Casi como la leyenda mexicana de La Llorona, Lhasa de Sela –hija de madre americana y padre mexicano, nacida y criada entre esas dos tierras– nos hipnotiza con su canto. Esta mujer de 35 años traduce a un alma en pena que embruja y atrapa con sus sonidos tristes, melancólicos y siempre al borde del desgarro.

martes, 6 de noviembre de 2007

Cuando nos enamoramos

Notarán que cuando nos enamoramos apuntamos a una extraña paradoja, y esta consiste en que cuando nos enamoramos buscamos reencontrar a todas o algunas de las personas a quienes estábamos unidos desde niños.
Por otro lado pedimos a la persona amada que corrija los errores que cometieron nuestros padres o hermanos. Por eso ese amor en sí mismo es una contradicción, el intento de retornar al pasado y el intento de rehacerlo.

Marguerite Yourcenar

viernes, 2 de noviembre de 2007

Anoche soñé con Björk

Aunque no es habitual que sueñe con gente reconocida mundialmente, a veces me ocurre. Pero cuando me sucede, tal como ocurre con la mayoría de los sueños, suelo cambiarle la cara o el rol que esas personalidades de importancia tienen en esta vida. Así, por las noches cuando ciertos famosos se me aparecen lo hacen convertidos en personas de mi entorno más cotidiano: familiares, amigos, parejas o compañeros de trabajo.
Pero esta vez fue distinto. En plena noche Björk entró a la cocina de mi casa mientras yo, desvelada toda, fumaba un cigarrillo. En medio de la oscuridad se oían sus pequeños pasitos y su shshshshshshsh como pidiendo silencio para empezar a cantar.
Yo la observaba pero ella no se percataba de mi presencia y empezaba a cantar pegando saltitos entre las alacenas. Me desperté con la misma sensación que me dejó la película Bailarina en la oscuridad: "No estamos perdidos si esta no es la última canción".