jueves, 30 de agosto de 2007

Visita nocturna

Hoy me desperté en ese delgado espacio que deja el sueño y la vigilia. Cuando abrí los ojos me vi moviendo pesadamente una mano, la derecha, para espantar una cucaracha con la que estaba soñando. Mientras el insecto era parte de una imagen onírica, mi mano revoloteaba de la almohada al aire para echarla.
En el sueño la cucaracha estaba cerca, casi había tocado mi cuello, por eso cuando vi que mi mano se agitaba no pude dejar de sentir la sensación del cuerpito mojado del bicho que, sólo en sueños, había pasado por parte de mi cara.
Una vez repuesta y despierta me acordé de mi casa de la infancia donde la señal de que llegaba el verano se hacía sentir con la aparición invasiva de las cucarachas.
Y ese recuerdo me trajo algo, por no decir lo único, que me enseñó mi madre: el arte de matar cucarachas.
Con una tranquilidad casi pasmosa aprendí con tal sólo mirarla a aplastar sin miedo a la cucaracha. Soportar el crujir que sale del bicho cuando se lo apretuja contra el suelo. Después agarrarla entre los dedos con un trozo de papel higiénico y por último arrojarla al inodoro. Sin culpa ni conmoción.

lunes, 27 de agosto de 2007

Amor frustrado I - La papa



Ese día me comí una papa। Estaba tan angustiada que cuando llegué a casa le pedí a mi mamá que me hirviera una papa, que vendría a ser algo así como el alimento prohibido de cualquier dieta. Tenía quince años, iba a un colegio religioso de clase media tirando a alta y entre mis cuarenta compañeras se había creado una especie de psicosis: todas nos veíamos gordas aunque no lo éramos. “Tengo que ser flaca, flaca, flaca, flaca… ni un kilo de más”, decía una canción del programa Jugáte Conmigo y yo hacía todo lo posible por seguir el mandato al pie de la letra.
Hasta ese momento nunca había tenido una historia con un chico, no me interesaba ponerme de novia. Era una mezcla rara. Por un lado, había vivido muchas cosas, incluso algunos viajes al exterior, pero por el otro era como muy inocentona en relación con todo lo que tenía que ver con mi cuerpo. Era desenvuelta en teoría pero si me tocaban me moría.
En esa época conocí a Hernán. Lo vi por primera vez en el boliche y no lo pude creer. “Es hermoso, estoy viendo a un ángel”, le dije a mi amiga Pili. Ella me contó quien era, a que colegio iba y donde vivía. Al día siguiente busqué su teléfono en la guía y después de errarle varias veces, logré ubicarlo.
Cuando di con él, no le dije mi nombre porque no quería que me reconociera. La charla se extendió durante una hora y me pidió que volviera a llamarlo.
A partir de ahí, el juego empezó a formar parte de mi cronograma cotidiano. Salía del colegio a las cinco de la tarde y a las y cuarto tenía inglés y en lugar de tomar la leche en esos quince minutos lo llamaba. Hablamos durante casi un año. Nos contábamos todo y hasta le hice alguna que otra escena de celos a través del tubo.
Se generó una cosa muy extraña y terrible al mismo tiempo, porque yo podía mirarlo pero no permitía que él me viera, por toda esa cuestión de sentirme gorda y fea. Y lo reconozco, estaba un poco loca, pero a pesar de eso había muchos sentimientos de por medio. La relación que entablamos era tan fuerte, que un día me entero que muere su abuela y lo llamo. El no había querido hablar con nadie, pero me atiende: “Sos la única personaron la que quería charlar”, me dijo y se puso a llorar.
Pasó el tiempo y le confesé a Pili lo de los llamados, ella se lo contó y el quiso conocerme. Yo creí que me moría. Para mí no era el momento, no estaba preparada. Iba al gimnasio todos los días y casi no comía para estar bien flaca. Repito, no estaba gorda, pero en ese momento creí que todo ese sacrificio iba a hacer de mí otra persona. El me llamó y quedamos en vernos un viernes. Desde el martes no probé bocado para no tener panza, mis amigas me alisaron el pelo y me puse una mini que me quedaba bárbara. Nos encontramos en el boliche, él estaba espléndido, yo parecía una ameba.
Nos miramos, bailamos poco y esa noche nos fuimos de la mano. Me dijo cosas muy dulces pero no nos dimos ni un beso. Todo lo que estaba pasando era demasiado, pero me gustaba.
A partir de ese encuentro mi amiga Pili empezó a tener una actitud muy extraña. No se despegaba de nosotros y las salidas eran de a tres. Hasta que una mañana, en el colegio, ella me dijo que sentía cosas por Hernán. Yo no lo podía creer, pero le aseguré que íbamos a superarlo, porque para mí era muy importante la amistad que teníamos. Como no se sentía bien se fue antes de hora. A la tarde fui a buscarla porque necesitaba seguir hablando del tema.
Su casa tenía un gran ventanal de vidrio que daba al living. Me asomé y vi a Pili y a Hernán besándose, recostados en un sillón. Fue horrible. El cielo estaba gris. Llovía. No me tomé el siete, como hacía siempre, caminé bajo la lluvia, necesitaba mojarme. Ese día me comí una papa.

viernes, 24 de agosto de 2007

Anteojos negros


Hoy es uno de esos días en que por esas cosas de la vida las gafas se me pusieron de un tono multicolor. No se cuanto durará. Espero que sea un lapso medianamente largo hasta que aparezca la oscuridad.

sábado, 18 de agosto de 2007

Miedo


Miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa।Miedo de quedarme dormido durante la noche.Miedo de no poder dormir.Miedo de que el pasado regrese.Miedo de que el presente tome vuelo.Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta.Miedo a las tormentas eléctricas.Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla.Miedo a los perros aunque me digan que no muerden.¡Miedo a la ansiedad!Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.Miedo de quedarme sin dinero.Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer.Miedo a los perfiles psicológicos.Miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera.Miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre.Miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable.Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.Miedo a la confusión.Miedo a que este día termine con una nota triste.Miedo a despertarme y ver que te has ido.Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo.Miedo a la muerte.Miedo a vivir demasiado tiempo.Miedo a la muerte.Ya dije eso.


Raymond Carver

miércoles, 15 de agosto de 2007

El ridículo



Pariente de la vergüenza, el ridículo, está tan sujeto a las convenciones propias como a las ajenas. Basta con tropezar, caer y salir ileso para que un puñado de ojos se fije a nuestro alrededor para comernos. No sería nada sin ese enjambre de miradas que esperan al asecho el traspié que ya entendemos como un gran papelón.Los ojos del otro son los que determinan y clasifican en todo momento lo que es y deja de ser ridículo. Golpean fuerte. Tanto como la ola capaz de arrasar con el corpiño del bikini para dejarnos al desnudo. Al aire y expuestos a las risas a veces contenidas otras no tanto.“Del ridículo es de lo único que no se vuelve”, dice siempre una amiga. Y ese viaje que en apariencia es sin retorno nos amenaza en cada recorrido.Que nadie se entere. ¿Me habrán visto?. Uy... que hice. Se clavan como espadas que cortan el aliento y potencian el rubor que sube rojo por los poros. Y como un tomate la cara se esconde pero no sólo de la del resto, también de la de uno mismo."¿Cómo vas a usar esa camiseta rota?" , dijo mi mamá. "¿Mira si tenes un accidente?" Por ahí pasaba el ridículo para ella. Lo mismo entendí cuando le supliqué que me dejara subir a la Alfombra Mágica del Parque de Diversiones. “La velocidad con la que uno se desliza te quemaría el pantalón hasta gastarlo”, fue su no rotundo. Supuse que eso le importaba más que si me partía la cabeza en la caída.Así fue, que durante muchos años lo ridículo se me presentó no como el vestido que se corre para descubrir lo que hay debajo, sino como una insoportable armadura de accesorios. Los que mi mamá me ponía cada vez que me sacaba a la calle.Salía de punta en blanco. Bien dicho, salía, porque nunca volvía a casa de la misma manera. Algunas veces por las corridas torpes que me entregaban con desprolijidad, otras porque yo misma no soportaba tanto arreglo y hacía lo posible por desacartonarme.Un pañuelo en el cuello, una cartera cruzada, medias en composé con hevillas y una infinidad de adornos que captaban las miradas. Halagadoras o burlonas me daban lo mismo. Eran muchas para mi gusto.Fui la dama antigua más producida de cada acto escolar. A la que por supuesto no le alquilaban el traje. De golpe, los retazos de una cortina vieja se convertían en mantilla y un cartón minuciosamente forrado con canutillos me coronaba con el peinetón que nunca se encontraría en una casa de cotillones.Horas de trabajo de mi mamá que suponían otras tantas mías paradas sobre una silla frente al espejo para cada ensayo anterior a la escena। Después salir y sobresalir.Con los años la cosa se me dió vueltas como una media. Ahora, cuando paso a visitar a mi mamá, no deja de sorpenderme en el modo en que espera para que la lleve a dar una vuelta.Cinturón en composé con sus zapatos y su cartera, collares de todo tipo alrededor del cuello, pulseras y anillos varios. Y la frase que nunca falta sale como un escupitajo de su boca: "Nena que sencillita. ¿Te pusiste colorete?".

martes, 14 de agosto de 2007

Casa tomada


“Timbre”, decía en la puerta. Para mi asombro no había ninguno. Un tornillo oxidado enroscado de un alambre cumplía la función de llamador si uno lo azotaba contra la chapa.
Golpear en esa casa hasta parecía una formalidad. Las puertas estaban sin llave durante todo el día.
Después de chocar varias veces el timbre tornillo y no tener respuesta entré. El pasillo era ancho, con algunas baldosas rotas y a mitad de camino, a la izquierda, otra puerta más. Esta tenía un candado pero tampoco tenía llave. Por ahí se llegaba directo al patio. Una soga lo atravesaba de lado a lado con ropas y frazadas expuestas a la lluvia, que en esos días no paraba.
Desde hace un tiempo la casa como lo declaran las impresiones en alguna de sus paredes está okupada.
Desde el patio se podía tener un registro casi total de las demás instalaciones. El altillo, la cocina, el baño y un par de piezas. Casi a la intemperie, en un rincón -el único con alero para frenar el agua- una perra flaca amamantaba a unas cinco o seis crías.
Me metí en la habitación más grande. En la pared lateral dos peces pintados parecían estar alertas a cualquier movimiento. Uno con dientes como de piraña y ojos desorbitados, otro con una boca más simpática que despedía algunas burbujas. Sobre el piso un colchón de dos plazas, de esos pesados, rellenos de lana. Juguetes desparramados, un acordeón y una guitarra eléctrica un poco desvencijada.
Cuando entré llovía a cántaros. Ya no. Una línea de sol hace un surco justo donde una planta de marihuana empuja para crecer.

lunes, 13 de agosto de 2007

Nylon



Mis dedos se desplazan sobre el nylon cuadriculado del envoltorio. Lo acarician y lo frotan.
Durante un rato bailan de un lado al otro del relieve transparente. Casi al azar eligen uno de los pequeños compartimentos inflados y se detienen en su centro. En el punto justo donde el aire se amontona y forma una panza. Ahí, las yemas se hunden y presionan con fuerza.
Revienta uno, después el de la hilera de arriba y más tarde el de al lado. Cada mínimo estallido del nylon escupe el contenido que le da forma. Y en ese escupitajo algo de mi cabeza parece también salir despedido.
Explota otro y otro más. La fuerza de mis dedos aumenta y la sensación de que todo debe salir los mueve instintivamente hacia los casilleros que todavía no fueron tocados.
Alcanzarlos y eliminar el relleno. Sacar afuera, aunque más no sea a través del aire encerrado en cada fracción del envoltorio, aquello que me aprisiona. Desinflar, descomprimir hasta que sobrevenga el vacío. Reventar hasta el último y sentir que el cuadriculado se desinfla leve entre mis dedos. Y acaso en el final, cuando mi cabeza no esté del todo deshinchada ir por otro nylon intacto para empezar de nuevo.