“Timbre”, decía en la puerta. Para mi asombro no había ninguno. Un tornillo oxidado enroscado de un alambre cumplía la función de llamador si uno lo azotaba contra la chapa.
Golpear en esa casa hasta parecía una formalidad. Las puertas estaban sin llave durante todo el día.
Después de chocar varias veces el timbre tornillo y no tener respuesta entré. El pasillo era ancho, con algunas baldosas rotas y a mitad de camino, a la izquierda, otra puerta más. Esta tenía un candado pero tampoco tenía llave. Por ahí se llegaba directo al patio. Una soga lo atravesaba de lado a lado con ropas y frazadas expuestas a la lluvia, que en esos días no paraba.
Desde hace un tiempo la casa como lo declaran las impresiones en alguna de sus paredes está okupada.
Desde el patio se podía tener un registro casi total de las demás instalaciones. El altillo, la cocina, el baño y un par de piezas. Casi a la intemperie, en un rincón -el único con alero para frenar el agua- una perra flaca amamantaba a unas cinco o seis crías.
Me metí en la habitación más grande. En la pared lateral dos peces pintados parecían estar alertas a cualquier movimiento. Uno con dientes como de piraña y ojos desorbitados, otro con una boca más simpática que despedía algunas burbujas. Sobre el piso un colchón de dos plazas, de esos pesados, rellenos de lana. Juguetes desparramados, un acordeón y una guitarra eléctrica un poco desvencijada.
Cuando entré llovía a cántaros. Ya no. Una línea de sol hace un surco justo donde una planta de marihuana empuja para crecer.
Golpear en esa casa hasta parecía una formalidad. Las puertas estaban sin llave durante todo el día.
Después de chocar varias veces el timbre tornillo y no tener respuesta entré. El pasillo era ancho, con algunas baldosas rotas y a mitad de camino, a la izquierda, otra puerta más. Esta tenía un candado pero tampoco tenía llave. Por ahí se llegaba directo al patio. Una soga lo atravesaba de lado a lado con ropas y frazadas expuestas a la lluvia, que en esos días no paraba.
Desde hace un tiempo la casa como lo declaran las impresiones en alguna de sus paredes está okupada.
Desde el patio se podía tener un registro casi total de las demás instalaciones. El altillo, la cocina, el baño y un par de piezas. Casi a la intemperie, en un rincón -el único con alero para frenar el agua- una perra flaca amamantaba a unas cinco o seis crías.
Me metí en la habitación más grande. En la pared lateral dos peces pintados parecían estar alertas a cualquier movimiento. Uno con dientes como de piraña y ojos desorbitados, otro con una boca más simpática que despedía algunas burbujas. Sobre el piso un colchón de dos plazas, de esos pesados, rellenos de lana. Juguetes desparramados, un acordeón y una guitarra eléctrica un poco desvencijada.
Cuando entré llovía a cántaros. Ya no. Una línea de sol hace un surco justo donde una planta de marihuana empuja para crecer.
bienvenida al bloguismo.
ResponderEliminarescribís lindo.
saludos.
eso sí, por favor avisame cuando crezca esa plantita así me la fumo.
ResponderEliminarHola Bombón, una pregunta: esa casa no está en Barcelona, en la parte de, digamos, atrás del Park Güell a la que se llega subiendo por las escaleras mecánicas?
ResponderEliminarGracias por pasar y por escribir. Lástima que la plantita está en aquella casa del relato a la que ya no visito. Pero si me entero de otra te aviso. Cuando aprenda agregaré tu blog en este.
ResponderEliminarSí, Mellizo. Esa es la casa del foto. Pero yo escribí de otra, la de imagen no la conozco en persona pero me gustó mucho la ilustración. ¿Vos conocés la de la foto?
ResponderEliminarSí, estuve allá y tengo la misma foto, pero entre a hablar con Enrike, la Caro, y otros personajes más. El ser sudamericano te habilita para entrar en esos lugares.
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