jueves, 28 de febrero de 2008

La encuesta

Yo: Hola. ¿Cómo te fue la otra noche con A.?
M: Super bien. Cenamos en la terraza, de postre preparé unos licuados. Vimos el eclipse y después se quedó a dormir en casa hasta la mañana. Mucha, pero mucha piel.
Yo: Que bueno. Me alegro del reencuentro.
M: Si, la verdad es que lo disfrute mucho.
Yo: ¿Y en que quedaron?
M: En nada.
Yo: ¿Cómo en nada? Si lo pasaron tan bien seguro se vuelven a ver.
M: No sé. Fue hace cinco días y no tuve más noticias. Se despidió con un “nos vemos”, pero hasta hoy no pasó nada.
Yo: Uh… Que loco… ¿Y que pensás hacer?
M: Una encuesta.
Yo: ¿Qué?
M: Sí, una encuesta. Ya le mandé un mail a P, mi compañero de trabajo, con una consulta sobre el caso para que la reenvíe a todos sus amigos, así la responden.
Yo:
M: Quiero saber que le pasa a un hombre para esfumarse después de una noche así.

Yo:...

(Si alguien quiere contestar a la duda de mi amiga M. lo puede hacer por acá. Ella seguro, estará agradecida)

viernes, 22 de febrero de 2008

sábado, 16 de febrero de 2008

Mis uñas

Hace unos años terminé dentro de uno de esos centros de estética donde los cuerpos femeninos se acomodan en fila, sobre las camillas, y como reses preparados para ser depilados de raíz. Era un 24 de diciembre. Recién caía que había llegado el calor y con él la selva de pelos en todo mi cuerpo. Era hora de empezar a desmalezarlo para, por ejemplo, poder ponerme una pollera.
No soporto ese tipo de sitios de depilación pero digamos que para las que queremos que esos trances pasen rápido no hay nada mejor que entregarse a las manos de esas mujeres rudas que le untan a una el cuerpo con la cera amarronada y caliente para después de unos minutos pegar el tirón seco que a una sola se le complica dar.
Estaba embadurnada en las axilas y en las piernas, al lado había una chica a la que le pelaban los brazos y más adelante una mujer con unos bigotes anchos de cera marrón, cuando escuchamos el grito: “¡Mis uñas! ¿Qué le hicieron a mis uñas?”. El alarido venía del fondo del salón. Del sector donde las mujeres concurren a hacerse -lo que se conoce en la jerga de ese ambiente- los pies y las manos. “¡Mis uñas, mis uñas, pobrecitas mis uñas!”, llorisqueaba la mujer mientras se contorsionaba como entrando en convulsiones. Las chicas del fondo, más dóciles que las muchachas de adelante preparadas para dejarte pelada, trataban sin éxito de calmar a la señora. La mujer que no tenía más de 45 años tenía unas manos que a lo lejos no mostraban demasiada diferencia con el resto de las manos. Ni grandes, ni chicas, con uñas medianamente largas y pintadas de un color que a la distancia no se distinguía demasiado. Sin embargo, la mujer estaba enfurecida y cada vez que se miraba las manos se enardecía más y más. Aunque al principio gritos y lágrimas eran una sola cosa, con el paso de los minutos la angustia le ganó terreno al enojo y la mujer no paraba de llorar. “Mis uñas, que son lo único que tengo”, fue lo último que dijo antes de atravesar la puerta escondiéndose dentras de la cartera. Pobre, pensé. Si antes esta mujer no tenía nada, ahora se acababa de quedar con las manos completamente vacías.