Siempre me las arreglaba para pasar por el galpón con portón negro de chapa y unas figuras pintadas que con los años supe, eran la copia de Los tres músicos de Picasso.
Con la excusa de comprar frutas en la verdulería que estaba adelante iba casi todas las tardes.
Mientras el viejo se agachaba para armar mi pedido y tirarlo sobre la balanza enclenque que se sacudía de un lado al otro, mis pupilas se hundían entre las filas de cajones para ver que había al fondo del galpón. Nada, nunca veía nada.
Pero algunos movimientos en ese lugar me pinchaban de curiosidad. Chicos y chicas diez años más grandes que yo, entraban y salían a toda hora. Un enjambre de pelos largos, jeans gastados, guitarras y unos cuantos aros eran como la aguja que se clava y te hace pegar un salto. Era el deseo inyectado de traspasar aunque sea con los ojos aquello guardado detrás del portón.
No sé como ni cuando un día desentrañé el misterio. Al interior de esas paredes, que a veces devolvían algún que otro sonido había una sala de ensayo, La Manteca. Dicen que un músico de Buenos Aires casi de paso a mediados de los ochenta, se sorprendió con la onda del lugar.
Con la excusa de comprar frutas en la verdulería que estaba adelante iba casi todas las tardes.
Mientras el viejo se agachaba para armar mi pedido y tirarlo sobre la balanza enclenque que se sacudía de un lado al otro, mis pupilas se hundían entre las filas de cajones para ver que había al fondo del galpón. Nada, nunca veía nada.
Pero algunos movimientos en ese lugar me pinchaban de curiosidad. Chicos y chicas diez años más grandes que yo, entraban y salían a toda hora. Un enjambre de pelos largos, jeans gastados, guitarras y unos cuantos aros eran como la aguja que se clava y te hace pegar un salto. Era el deseo inyectado de traspasar aunque sea con los ojos aquello guardado detrás del portón.
No sé como ni cuando un día desentrañé el misterio. Al interior de esas paredes, que a veces devolvían algún que otro sonido había una sala de ensayo, La Manteca. Dicen que un músico de Buenos Aires casi de paso a mediados de los ochenta, se sorprendió con la onda del lugar.
-Loco, esto es una manteca, le dijo al dueño. Y esa suerte de explosión espontánea le puso el nombre.
Varios años después en una disquería de usados, a la que entré a buscar no sé que cosa, lo vi. Alto y con esa flacura entre desgarbada y liviana. Hablamos un rato. Me gustó, enseguida me puse nerviosa porque sentí que eso se leía en mi cara y sobre todo en mi cuerpo. Resultó ser el dueño de aquella sala que ya había dejado de reunir a la cofradía que yo espiaba de chica.
Nos enamoramos, creo. Fuimos novios y recién ahí atravesé la abertura ancha con la estampa de Los tres músicos que se abrió ante mi como una garganta negra. Después la oscuridad del galpón hasta llegar a la sala que estaba pegada sobre un costado. Todavía quedaban residuos de aquella vieja época. Un escenario de madera, la batería, algunos pedazos de goma espuma en las paredes que como en otros tiempos también sirvieron para aislar. Pero esta vez a nosotros dos de todo el resto.
Parecía una caja hermética, de esas que se construyen para hacer germinar un par de porotos. No entraba ni un punto de luz y el olor a humedad se desprendía y regaba todo el ambiente.
Pasamos unos años intensos y La Manteca fue un buen refugio.
Hasta que un verano calcinante, el último juntos, él decidió tirarla abajo. Dijo que tenía otros planes, en una de esas construir algo nuevo. No estaba conforme pero igual me ofrecí para ayudarlo.
Mojados al ardor de ese enero, cada uno agarró una maza. Golpeamos duro, el trabajo no era fácil. Las porciones de pared hechas de ladrillo y barro eran sencillas de derribar. Pero las que estaban nutridas de revoque ponían mayor resistencia. Insistimos con tercas trompadas hasta ver caer el último pedazo de la sala. Terminada la demolición vimos desparramado lo nuestro por el piso. Hecho también un montón de escombros.
Varios años después en una disquería de usados, a la que entré a buscar no sé que cosa, lo vi. Alto y con esa flacura entre desgarbada y liviana. Hablamos un rato. Me gustó, enseguida me puse nerviosa porque sentí que eso se leía en mi cara y sobre todo en mi cuerpo. Resultó ser el dueño de aquella sala que ya había dejado de reunir a la cofradía que yo espiaba de chica.
Nos enamoramos, creo. Fuimos novios y recién ahí atravesé la abertura ancha con la estampa de Los tres músicos que se abrió ante mi como una garganta negra. Después la oscuridad del galpón hasta llegar a la sala que estaba pegada sobre un costado. Todavía quedaban residuos de aquella vieja época. Un escenario de madera, la batería, algunos pedazos de goma espuma en las paredes que como en otros tiempos también sirvieron para aislar. Pero esta vez a nosotros dos de todo el resto.
Parecía una caja hermética, de esas que se construyen para hacer germinar un par de porotos. No entraba ni un punto de luz y el olor a humedad se desprendía y regaba todo el ambiente.
Pasamos unos años intensos y La Manteca fue un buen refugio.
Hasta que un verano calcinante, el último juntos, él decidió tirarla abajo. Dijo que tenía otros planes, en una de esas construir algo nuevo. No estaba conforme pero igual me ofrecí para ayudarlo.
Mojados al ardor de ese enero, cada uno agarró una maza. Golpeamos duro, el trabajo no era fácil. Las porciones de pared hechas de ladrillo y barro eran sencillas de derribar. Pero las que estaban nutridas de revoque ponían mayor resistencia. Insistimos con tercas trompadas hasta ver caer el último pedazo de la sala. Terminada la demolición vimos desparramado lo nuestro por el piso. Hecho también un montón de escombros.
siempre el reencuentro tiene algo de fracaso. hay que relamerse en lo malo que era todo.
ResponderEliminarufa, odio las historias de amor que terminan mal.. venía re enganchado leyendo su anécdota ( que a la vez me hacía acordar historias similares de mi pasado) cuando el choque con la dura realidad de q todo lo bueno termina alguna vez, me deprimió un poco.. encima este día nublado mucho no ayuda..
ResponderEliminarsalute
que lindo lo de las balanzas enclenques me recuerdo cuando mi mama me llevaba al mercado de compras y veia eso
ResponderEliminarLa manteca fue un buen refugio,
Que buen paralelismo entre romper paredes y amores casi al mismo tiempo y de la misma manera.
Claro primero habia que acabar con La Manteca!
excelente escrito, como siempre imagen y letras.un placer leerte. tenerte en mi blog
ResponderEliminarbesos y vino que menos para vos
que linda historia. con mucho significado, la demolicion fue tan profunda que los arrastro a los dos tambien. dice mi mama que hay lugares que tienen vida propia, quiza esa fue su venganza por tirarla abajo...
ResponderEliminarBeso grande!
queda la memoria
ResponderEliminarsiempre
un crack up muy lindo (en su estilo), pese al dolor recordado, las paredes dilatadas, la manteca hecha puré de manzana.
ResponderEliminarsalut
fede
Hola bombón.
ResponderEliminarSupongo de que el hecho de que la demolición sea consensuada sirvió para que la ruptura amorosa sea por la línea troquelada
Digo, peor es que te den los mazasos sin avisar. Aunque es sabido: la manteca se derrite con el sol de Enero.
mazasos? en fin.
ResponderEliminarNostálgica dureza en la metáfora.
ResponderEliminarRecuerdo que una novia me mandó a pasear en la época en que era idealista y ayudaba en la reconstrucción de un hogar de día para chicos de la calle.
Luego de colgar el teléfono, seguí rompiendo la pared, que oponía una burlona resistencia, mis golpes perdieron sincronía y efectividad.
La maza escapó de mis manos, siguiendo la burlona comedia de la pared.
Seguí golpeando con un pedazo de hierro.
Cuando se dobló y se rompió, seguí golpeando con pedazos de bloques de concreto.
Los pibitos observaban en silencio, hasta que el mayor de ellos me dijo con tono alegre: ¡Eh! ¡Vo' pará amotinado!
La pared destruida en nada alivió el dolor.
:)
Saludos.
disculpa si voy a comentar del post anterior
ResponderEliminareste no lo lei pq no tengo tiempo
pero el anterior me encanto y si fuese uno mas de esa cadena de mail diria yo q ese q se fue era medio bala o todavia no sabia para q arco patear
esta muy bueno che
un abrazo y espero q te pases y me agregues
recien comienzo con esto
un abrazo
me gusta la historia, me gusta cuando esos anhelos que tenemos siendo pequeños, se hacen realidad, siempre hay alguna linda historia para contar detras de esos momentos.
ResponderEliminarMe gusto lo que contaste!!!!!!!!!!!!
qué lindo estás escribirendo Bombón. Esto te salió profundo, verdadero y no sin melancolía.
ResponderEliminarGracias por la visita. En cuanto a mi criptoblog, no es un secreto, es sólo en un barrio que no llega nadie. Podés llegar cliqueando "Mi Pagina Web" en mi perfil. Tiene solo doce dias mas de vida porque fue un "free trial" de mi Mac. Luego quizas vuelva por acá.
besos y te fecilicito por la perseverancia con tu blog y por las cosas lindas que estás posteando...
A VECES DERRIBANDO UNO TAMBIEN DERRIBA...JE...
ResponderEliminarhermoso texto!!!!!
ResponderEliminarher mo so!!!!!! y conmovedor!!!!
abrazo!
Peor es derribar a ciegas.
ResponderEliminarPeor es que te derriben.
Y peor de todo, es que no pueda levantarse nadie.
Bello relato.
Saludos, M.
[url=http://www.ganar-dinero-ya.com][img]http://www.ganar-dinero-ya.com/ganardinero.jpg[/img][/url]
ResponderEliminar[b]Una gran guia de ganar dinero[/b]
Nosotros hemos hallado la mejor guia en internet de como trabajar en casa. Como nos ha sido de utilidad a nosotros, tambien les puede ser de utilidad a ustedes. No son unicamente formas de ganar dinero con su pagina web, hay todo tipo de metodos para ganar dinero en internet...
[b][url=http://www.ganar-dinero-ya.com][img]http://www.ganar-dinero-ya.com/dinero.jpg[/img][/url]Te recomendamos entrar a [url=http://www.ganar-dinero-ya.com/]Ganar dinero[/url][url=http://www.ganar-dinero-ya.com][img]http://www.ganar-dinero-ya.com/dinero.jpg[/img][/url][/b]